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Vivir. La libertad de decidir

Vivir. La libertad de decidir

Qué maravillosas propuestas imaginativas nacen de nuestra sociedad. Sin duda, vivimos en un mundo de colores, de formas, de bellas inspiraciones reflejadas en las manos de tantos y tantos artistas que han publicado la imagen corporativa de nuestra cultura.

Quizá, la justa medida de las cosas suele reconocerse como el óptimo equilibrio entre exceso y carencia en lo que a lo social se refiere.

Sin embargo, nuestra sociedad híper evolucionada, ha configurado el arte en un sentido que nubla la vista de la belleza real de las cosas, para propagar a los cuatro vientos las tendencias que, como corderos entrenados, deberíamos todos y todas seguir.

La necesidad de la belleza resulta innegable como elemento consustancial a las pautas de placer en la que nuestras mentes se enjuagan los pesares de la vida.

Pero hay gustos para todos y la pluralidad de lo que concebimos como bello, pasa por tiempos angostos. La moda se siente ultrajada con tanta tendencia globalizadora en los conceptos de lo bello.

Modas hubo siempre, modas habrá, pero ¿dónde queda la tolerancia a lo extravagante?, ¿dónde quedan los retazos de rebeldía que permiten la apertura a nuevos conceptos y evoluciones en el terreno de lo bello?

Si nos centramos en analizar las repercusiones que este tipo de golpes de estado dictatoriales coloreados tienen sobre la psique individual de las personas, veremos que el panorama exige esfuerzos para mantenerse libres frente a tanta presión mediática.

Vivimos los tiempos de la información inmediata, de la información a raudales voluntaria o inevitable, natural o estudiada. Son tiempos muy peligrosos para la originalidad  y para el establecimiento de puentes que hagan evolucionar nuestras culturas desde el presente a bellos futuros imaginados.

Quizá estemos cansados de la anorexia como expresión obligatoria de un canon de belleza impuesto por gente sin cabeza. Quizá estemos hastiados de que nos marquen una y otra vez cómo tenemos que vestir, cómo tenemos que hablar, cómo tenemos que escribir, cómo tenemos que vivir. ¿Hay algo más terrible que la palabra “estilo de vida”?, ¿qué es realmente la libertad si no un proceso mediante el cual el individuo, simple y llanamente, decide?

Este artículo no es un manifiesto contra las opciones, contra la publicidad, contra el marketing. Quizá es tan sólo una invitación a reflexionar sobre los argumentos de decisión que nos quedan cuando, quién pretende vendernos tal o cual imagen, ha estado estudiando durante un tiempo impreciso todos los elementos para que nuestra decisión se decante inevitablemente en la dirección que a él le pueda interesar.

No podemos omitir el sistema en el que nos encontramos inmersos, ni negarlo como una de las mejores opciones de las que podríamos tener. Pero sí necesitamos una evolución de conciencia que vaya a la par de la evolución de las técnicas de marketing que intentan insertarnos el virus de la tendencia, para que no podamos o sepamos decidir.

Quizá el canon de belleza sea algo inherente al ser humano y lo que está ocurriendo no es más que parte de un proceso inevitable de nuestra especie. Aunque la pluralidad manifestada en el crisol cultural que compone la humanidad apunta en otra dirección.

Aceptemos la relatividad de lo bello como norma para entender que deberíamos evitar algunos elementos nefastos para nuestra capacidad de decidir. La televisión como máximo artífice del estropicio o las revistas, que inundan de publicidad condicionante sus escasos contenidos, deberían ser descartadas como puntas de referencia informativa, como opciones que acaparen tanto espacio de nuestro tiempo.

Quizá podamos propiciar un cambio en el sistema manteniendo inalterable nuestra capacidad de decidir y creando mecanismos sociales que nos protejan frente a tanta implantación psíquica.

Esto podremos lograrlo desde la educación, desde el arrostramiento a la imposición estilística como modo de afirmación de nuestra libertad de ser singulares sin prejuicios, desde la cultura del respeto por las libertades de todos y todas a decidir su estética y, sobre todo, incentivando aquello que más nos guste desde el enfoque de un pensamiento lo más libre posible de condicionantes.

Es hora ya de reivindicar nuestra libertad para ser como somos sin que nadie nos tache de gordos, de feos, de extravagantes, de desentonados, es hora de reírnos a carcajadas y de ser libres y felices.

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