Blogia
Kan Li Think

Vivir desde el amor

Vivir desde el amor

Acabamos de abandonar un siglo lleno de grandes desastres y de grandes avances para el ser humano. La injusticia y la justicia se han dado la mano para evolucionar y crecer voluminosamente, como si ambas fuesen inseparables compañeras de camino.

La idea de un mundo lleno de justicia y de cordura parece, ahora más que nunca, una realidad irrealizable. Esta dicotomía constante, que ha acompañado al ser humano desde el comienzo de los tiempos, nos hace dudar sobre nuestra esencia bondadosa como eje evolutivo, en el que lo humano crece por encima del resto de elementos de este mundo superpoblado.

Que la idea de los derechos humanos haya prosperado apunta en una dirección relativa a los anhelos de las personas, anhelos de paz, de justicia, de armonía, de solidaridad y seguridad social.

Cuando observamos el panorama general de nuestro mundo, la desproporción demográfica en la que hemos caído y los valores en los que se fundamenta la prosperidad en lo económico y lo político, no podemos sino dudar de que en algún momento, en algún futuro inmediato, nuestro sustrato social pueda nutrirse de los elementos que anhelamos.

La virtud en estos tiempos se basa en la productividad personal en cualquier segmento que pretendamos estudiar. Hemos establecido un sistema de recompensas que premia la cantidad y la calidad de la producción, por encima de los valores humanos que nos han sacado en muchas ocasiones del atolladero involutivo al que estamos abocados. Luz y tinieblas se alternan para mostrarnos a personajes ilustres llenos de méritos que han realizado las más grandes atrocidades de la historia. Bombas nucleares, invasiones y exterminios raciales han coexistido con grandes descubrimientos en medicina, exploración espacial, tecnología, etc.

Quizá esta convergencia de polaridades tan opuestas resulta insoportable para un corazón que busca, por encima de todo, la paz vital y la felicidad espiritual. Las religiones cada vez más caen en el descrédito provocado por sus incoherentes dirigentes y la tergiversación de su mensaje en pos de alimentar estratos políticos, o para la exclusiva supervivencia del entramado organizativo que representan.

La espiritualidad del ser humano se va reduciendo a medida que avanzan los años. La presión interior de esta necesidad humana comienza a resquebrajar los caparazones sociales en los que nos vamos aislando individualmente.

Hay un anhelo mantenido en el tiempo, un espacio que, anulado, nos empuja a buscar otras vías para alcanzar la felicidad profunda. Parecemos inconscientes de que la felicidad profunda está precisamente en esa profundidad a la que únicamente podemos llegar en un estado de paz y tranquilidad, fruto del amor y de los valores positivos del fenómeno humano.

Social y personal son dos visiones que deben encontrarse a través de planteamientos comúnmente aceptados, no como mandamientos sino como convicciones conscientes de que solo hay un camino para la paz y para la felicidad. Aumentar la productividad de las personas y llenar la tierra de objetos y de juguetes tecnológicos que solo nos van a acompañar una pequeña parte del trayecto vital es una falacia que nos aparta de la acción necesaria de encontrar nuestro eje. En este eje está nuestro equilibrio y, en este equilibrio, está la capacidad de aplacar las emociones desbordadas que provocan gran parte de nuestra infelicidad.

La sucesión de casos de violencia de cualquier tipo, el abuso sobre la naturaleza en general y sobre toda aquella forma de vida diferente al ser humano muestra nuestra incapacidad evolutiva de trascender el ego que nos sitúa como reyes, en vez de como hermanos.

La competitividad fomentada desde nuestras más tempranas edades entre amigos, entre familias o entre pueblos produce avances relativos en marcas de identidad individual. Con el discurrir de los años carecerán de sentido absolutamente. Seguimos enlazados con la historia como eje de nuestras raíces, sin darnos cuenta de que la historia se está escribiendo a cada instante, y que cada instante posee el potencial de modificar el universo que nos rodea si regresamos al presente constante, ese en el que se encuentra cualquier posibilidad de equilibrio.

La competitividad, el deporte de ganar o perder, la necesidad de encajar victorias y derrotas nos muestra que no hemos dado aún el paso definitivo para asumir la necesidad de equivalencia que tenemos en el corto trayecto presencial de nuestra existencia. Cuando volvamos al germen de nuestra energía, cuando la estela que hemos dejado en nuestro camino ilumine franjas meritorias para que prosperen los valores anhelados, solo entonces podremos caminar juntos ayudándonos frente a las adversidades personales.

El amor debe ser la única vía de nuestra evolución. El trabajo con amor, la amistad con amor, la creatividad con amor, la ciencia con amor, nos llevarán al puerto del crecimiento humano verdadero. Este potencial está profundamente arraigado en nuestra naturaleza. Para su emergencia solo necesitamos creer profundamente en él. Dar por sentado que no hay que esperar futuras fórmulas que nos aproximen al ideal, el ideal existe dentro de nosotros mismos y solo requiere la fe necesaria en su potencia como eje de la vida.

0 comentarios