Blogia
Kan Li Think

El combate real y la anticipación. Del caos al orden.

El combate real y la anticipación. Del caos al orden.

El orden de las acciones difiere en la medida que las distancias a la que dos contendientes se encuentran. La distancia determina de forma contundente el tipo de técnicas que deberían surgir en cada instante de la acción combativa. Sin embargo, es muy probable que en virtud al estado propio de este tipo de acontecimientos, el orden de acción aparezca en un importante grado de desorientación.  Realmente esto no reviste una gran importancia si nos encontramos en las primeras etapas de iniciación a las artes marciales y en un entorno no lesivo. Es completamente lógico que el orden de acción acorde a la distancia no esté debidamente fijado y, por lo tanto, la emergencia de las respuestas o contramedidas pueda ocurrir de forma catastrófica.

Sin embargo, cuando nos referimos a una acción real de combate, a un momento determinado en el que nuestra integridad física corre un verdadero peligro o en el que corremos el riesgo de perder la vida, estos tiempos y reacciones deberían surgir en un orden muy preciso para poder salir ilesos de la situación. Este tipo de situaciones no suelen darse en la zona de entrenamiento. Siempre guardamos un punto de referencia de seguridad para no traspasar aquello que nos sitúa precisamente en un territorio de alto riesgo.

Cuando vemos combates de artes marciales en los que se han eliminado un importante volumen de reglas, nos parece estar viendo una situación más cercana a la realidad de la lucha verdadera. Sin embargo, pese al déficit normativo en este tipo de pruebas, seguimos encontrándonos en un entorno en el que la realidad se encuentra desubicada.

¿Cómo podemos definir realmente el combate definitivo? ¿Es posible garantizar un resultado positivo atendiendo a un nivel técnico y de preparación para un momento tan lleno de imprevistos?

 En el instante de la lucha real aparecen un gran número de factores interviniendo en este evento, algunos involuntarios, otros muy perfilados, otros imprevistos, pero todos ocurren en un orden que no siempre resulta óptimo para poder insertar los elementos propios de la preparación del artista marcial.

Algunos maestros recalcan la importancia del espíritu como factor determinante en cualquier posibilidad de éxito pugilístico real. Otros hablan de la necesidad de tener una gran capacidad de anticipación para la aplicación de las técnicas, otros hacen hincapié en lo fundamental que resulta una gran velocidad para anular las reacciones intermedias de defensa y contraataque del contrario.

Toda esta teoría de la lucha, todo el arsenal técnico de cientos y cientos de sistemas de combate se encuentran siempre en desventaja ante un evento indirecto inesperado. Nuestro ángulo de visión, nuestra percepción de movimiento, nuestra sensibilidad, pueden ayudarnos a aproximarnos al espacio de oportunidad efectiva, pero el estado emocional emergente en ese instante puede transformar años de entrenamiento en un gran descalabro.

Entrenamos decenas de años para un supuesto de acciones que quizá no ocurran nunca sabiendo que es posible que, si algún día ocurriesen, podríamos estar girados, distraídos o bajos de ánimo para afrontar el suceso con garantías. La sensación de haber desaprovechado miles de horas vitales para nada puede cercarnos y desalentarnos para continuar con nuestro entrenamiento.

Sin embargo, al entrenar la técnica entrenamos algo más. Entrenamos los rudimentos necesarios para un combate mucho más duro, el combate de la existencia ordinaria. Este combate ocurre a un ritmo constante, latente, perenne desde nuestros primeros años hasta el final de nuestra vida. En él, el orden de los acontecimientos también puede ser inesperado, pero podemos fijar a través de nuestro entrenamiento, una actitud de vigilancia y alerta previa, quizá la técnica más difícil de comprender.

El espíritu combativo debe ser forjado, alimentado, pulido y mantenido activo constantemente sin que interfiera en nuestra capacidad interactiva pacífica con el resto de las personas. Estar siempre alerta, estar siempre dispuesto para luchar, puede parecer un anacronismo propio de la edad media. Sin embargo, dado el carácter imprevisible del conflicto, este elemento debe figurar el primero en nuestra lista ordenada de prioridades para enfocar nuestra vía marcial y nuestro entrenamiento en y para la vida.

El ser humano se ha relajado en su condición animal hasta un punto que hemos denominado estado del bienestar. No esperamos realmente sucesos dañinos ya que la sociedad legislada y ordenada no deja, aparentemente, espacio para estos imprevistos. Cuando vemos un programa sobre animales salvajes, nos sorprende ver su estado de alerta constante, incluso en lo que parece ser un momento familiar relajado. De ello dependen sus vidas.

Este punto de nuestra condición lo hemos olvidado, hemos olvidado la relativa fragilidad de nuestro equilibrio vital ante determinados posibles acontecimientos. Lo vivimos en diferido en películas, videojuegos o combates deportivos, sin embargo, la vida requiere un estado de alerta relajado constante. Precisa que no dejemos de observar el espacio que nos rodea, los riesgos que pueden acecharnos o los acontecimientos que se desencadenan cerca de nosotros.

Por desgracia, nuestro mundo está inmerso en un constante flujo de violencias que afectan a diferentes sectores de nuestro ámbito existencial. Es por ello que de cara al combate, el primer elemento que no debemos olvidar y que debemos integrar en nuestro entrenamiento diario es el de no descartar la posibilidad del conflicto, porque es real y acecha en muchos más lugares de los que podemos imaginar. Aceptando esta posibilidad podemos desarrollar una capacidad constante de alerta tranquila que nos permita analizar el contexto y situaciones en las que nos movemos habitualmente. Si aceptamos esta posibilidad, podremos afrontar con seriedad y dedicación un entrenamiento de respuestas ordenadas óptimas para salir indemnes de este tipo de situaciones de conflicto, aplicando la técnica en el momento y distancia necesaria, con la fuerza y energía vital precisa para que su diseño original cumpla realmente su función.

0 comentarios