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Trascendiendo las formas

Trascendiendo las formas

 

La organización de la información es una constante que nos permite, en general, elaborar una coherencia en la evolución de nuestras creaciones como seres humanos. Desde la rueda al coche, hemos atravesado el espacio y el tiempo de las ideas enlazándolas continuamente en el  protocolo de evolución oportuno que ha permitido que los vehículos sean una realidad contemporánea.

La forma en la que esta información viaja en el tiempo ha sido común en casi todas las culturas. Desde la tradición oral a la escrita, los cúmulos de conocimiento han fluido con el acontecer del ser humano, aportando lo necesario y modificando su trayectoria, una y otra vez, en un orden de eficacia y de sentido.

Las estructuras de este conocimiento técnico o histórico, humano en su conjunto, han sido debidamente cartografiadas por historiadores, los cuales han sabido descifrar su cronología adaptando los pormenores desconocidos, los de relativa importancia, a las hipótesis más oportunas para el contexto de lo que denominamos conocimiento adquirido.

Aceptamos estas hipótesis para poder encajar el conocimiento en un paquete de fácil transmisión y de oportuna organización en el conjunto del saber. Estos procesos de transferencia de la información, ligados a nuestro modelo de memoria individual, hacen de la historia y de la transmisión del conocimiento, un ente vivo que fluye y evoluciona en paralelo a nuestra capacidad de almacenamiento personal o social.

Estamos en la época de los ordenadores y presenciamos, por primera vez en la historia, un fenómeno de gran magnitud nunca antes acaecido. Hemos alcanzado la mínima expresión de empaquetamiento informativo llegando a la unidad de información si/no propia de los sistemas digitales. Prácticamente todo el conocimiento que ha llegado al siglo XXI desde los albores de la humanidad se encuentra enlazado en un cordaje temporal y humano que ha desembocado en una filosofía del almacenamiento y el acceso a dicha información compuesta de estos dos elementos de interacción. Hemos llegado al máximo reduccionismo para abarcar el mayor volumen imaginable de datos de una forma organizada y accesible. Eso nos confiere la posibilidad de relajar en gran medida nuestra necesidad personal de memoria para volcarla en instrumentos tecnológicos de enormes capacidades.

Esta era digital estructurada en un plano concreto se está viendo obligada a evolucionar a un contexto multidimensional que tenga la capacidad de establecer relaciones de gran precisión entre elementos de contextos aparentemente desvinculados. La forma en la que ocurren estos procesos de interacción informativa está directamente vinculada a las matemáticas como formato o patrón germinal que da coherencia lógica a la información y a su acceso, siempre en términos de utilidad o de sentido para el modelo humano de conocimiento.

Sin embargo, una ligera reflexión sobre el volumen que estamos manejando nos invitará a pensar en cómo el ser humano va a adaptarse a esta magnitud. El tiempo transcurre, las sociedades crecen exponencialmente en términos demográficos y los eventos aumentan a una escala difícilmente asimilable por la memoria normal de un ser humano. Cada vez debemos recordar más eventos, más interacciones y, a su vez, establecer nuevos marcos de referencia para el acceso útil a dicha información en el momento oportuno.

Desconocemos la capacidad de nuestra maquinaria biológica para el almacenamiento de la información. Sucesos aparentemente sin importancia quedan reflejados en nuestra memoria de una forma permanente, mientras que podemos llegar a olvidar un momento de gran trascendencia para nuestra existencia. Esta reflexión puede hacer que nos planteemos cuestiones tales como: ¿qué determina nuestro estímulo para fijar contenidos en nuestra memoria y disponer de ellos con la prontitud que una situación particular nos requiera?, ¿cuál es nuestra capacidad de almacenamiento?, ¿necesitamos todo lo que pretendemos memorizar?

Cuando nos planteamos estas cuestiones desde el plano de la educación y del aprendizaje las respuestas posibles deben ajustarse, como decíamos al principio del artículo, a la coherencia contextual que nos afecte y, sobre todo, a la utilidad de dicha información para el desarrollo de nuestro proyecto personal evolutivo. Según los más modernos estudios científicos, nuestra memoria es estimulable y de una capacidad que no podemos llegar a imaginar. La forma en que almacenamos la información está directamente vinculada a nuestras experiencias y nuestro patrón relacional de la información, vinculado directamente al lenguaje y a la imagen residual de la idea contenida en él.

La tradición oral está ligada directamente a este lenguaje, aunque su modelo de fijación memorística está impregnado de imágenes, expresiones, tonos e intenciones difícilmente imaginables en un modelo escrito. La estructura gramatical de la lengua determina una forma de partida de organizar la información y de relacionarla en una simbología a veces inapropiada para los elementos que se intentan contener en ella.

Algunos pueblos celtas mantenían la tradición oral justificada en la capacidad del hombre para olvidar todo el conocimiento transferido de forma gráfica. En el ámbito de las artes marciales tradicionales, este elemento de tradición oral permitía mantener en una línea secreta diferentes elementos del conocimiento del estilo en cuestión y exigía al alumno realizar el esfuerzo de necesidad por mantener vivo el conocimiento que le era transmitido a veces en una única ocasión.

La teoría y la práctica iban de la mano en un único paquete gestual y verbal que, a veces, era apoyado exclusivamente con una mirada del maestro sobre el discípulo. El lenguaje de las artes marciales es simbólico, gráfico, dinámico, psicomotriz, anímico, intuitivo, contextual, ocasional, espiritual, práctico y, sobre todo, personal y transferible.

Las formas que conocemos como Taolu en las artes marciales chinas, son un modelo de transmisión de la información en un contexto multidimensional de una complejidad que aún no somos capaces de vislumbrar.

Cuando memorizamos una forma, cuando obtenemos los patrones estructurales del movimiento y experimentamos las inercias de nuestro cuerpo en su ejecución, la fluctuación de nuestro pensamiento en medio de la abstracción propia de la práctica, somos testigos de esta transmisión sin palabras que toca de lleno el plano energético sutil del individuo y, por ende, su propia espiritualidad.

El modelo de transmisión del arte se articuló en un paquete piramidal lleno de sentido y de oscuridad, de estímulos y de referencias, de coherencia con una idea germinal manteniendo una fluctuación matemática pero con la capacidad de generar en el practicante modelos de expresión inmediata vinculada a la idea del estilo en el contexto de la lucha.

Hablamos de lucha y podemos referirnos al conflicto individual con otra persona o a una forma de entender el camino social que se muestra ante un artista marcial del siglo XXI. En las formas está contenido todo el conocimiento que los antiguos maestros nos quisieron transmitir, sin palabras, sin almacenamientos estancos que consumieran nuestra energía mental para su mantenimiento y  que requiriesen de enormes fórmulas lógicas referenciales para poder acceder a la información que necesitamos. Su modelo híper avanzado de transmisión contemplaba la necesidad del conocimiento como la necesidad de vivir. La teoría de los estilos fluye en cada uno de los gestos propios del estilo, en cada forma de respirar, en cada modelo de recepción, interceptación o golpeo. La alternancia de calma y tormenta, control sobre nuestro eje en cada circunstancia adaptando su estructura a las inclemencias del momento, hacen de este modelo de varias dimensiones un elemento fundamental para que la información ancestral fluya en el tiempo dibujada en el movimiento de los cuerpos de los miles de practicantes que han tomado el testigo de la práctica.

Pero esta maravilla conceptual, esta pirámide intemporal fijada a la actividad humana para su viaje por el tiempo, tiene también un objetivo y no es la información en sí misma, el objetivo de utilidad de dicha información, su utilización y la dinamización personal de su uso por medio de otros elementos de orden sutil, son los pilares que fundamentan la utilidad de esta forma de transmitir.

Fijar toneladas de información en nuestra mente puede no ser la mejor forma de establecer reacciones oportunas en las que el tiempo y el espacio no son una opción. La memorización de nombres, fechas, biografías, eventos, no tiene ningún sentido en el momento determinante de la acción, el gesto debe tomar absolutamente las riendas como elemento conductor de los factores espirituales implicados en el conflicto.

Nuestras emociones, nuestros reflejos organizados en unidades efectivas de reacción, las magnitudes de nuestras respuestas y la organización constante de nuestro eje de equilibrio, requiere que todo el trabajo de las formas y del entrenamiento en la escuela, fluya como el agua en el cauce de un rio, sin salirse de lo oportuno, chocando y absorbiendo lo  necesario, dejando pasar lo imparable, menoscabando lentamente los elementos más finos del contexto, filtrándose en los espacios vacíos para llenarlos y expandirlos hasta sus máximas consecuencias.

La forma, como eslabón de la cadena del conocimiento marcial, debe ser trascendida y entendida en su sentido ascendente para poder llegar a los mensajes sutiles contenidos en ella, mensajes que están vinculados a la esencia del ser humano y que por eso no necesitan un lenguaje adicional. Los símbolos del gesto sobre el papel de nuestras células producirán la respuesta inmediata fruto de este volumen de conocimiento escondido en estos dos elementos. Estos símbolos se crearon acorde a nuestros diferentes planos, teniendo en cuenta las relaciones interdimensionales que se establecen entre cuerpo, mente, energía y espíritu, conscientes de que todas son una misma esencia contenida en el ser individual que interpretamos como persona.

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