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Kan Li Think

Alumnos, clientes y pacientes.

Alumnos, clientes y pacientes.

Esta mañana pude leer un post de un compañero de profesión, practicante y profesor de artes marciales chinas, complejo pero extremadamente realista, que me ha llevado a escribir este breve artículo de opinión. En su post se señalaba que algunos alumnos que se comprometieron en la ceremonia de discipulado habían quebrantado su palabra dejando la práctica y abandonando la escuela.

La situación en la que se encuentran los estilos tradicionales de Kung Fu resulta muy compleja. Por una parte, habitamos una sociedad que no tiene unos objetivos comunes definidos. Aquí todo el mundo busca o una supervivencia vital que le permita disponer de tiempo libre para desarrollar sus aficiones o, en otro orden, busca un ascenso en la jerarquía social, habitualmente vinculada a un incremento del nivel de ingresos económicos, para ser alguien en la vida.

La pérdida de valores humanos es un hecho incuestionable. Basta darse un paseo en coche para corroborar mi afirmación. La violencia imperante en lo más profundo del ser humano también es una realidad que aún no ha sido trascendida. No hay cosa que me asuste más que aquellos que se atreven a decir a boca llena que son absolutamente pacíficos o que, en cualquier caso, están dispuestos a poner la otra mejilla. Vuelvo a la prueba del coche y un simple paseo para darse cuenta que este tipo de seres humanos irreales solo viven en el ideal, en la fantasía o en las esperanzas de evolución que todo ser humano debería tener.

Para los que hemos decidido dedicarnos a enseñar estas tradiciones, la situación es harto compleja. Por una parte sufrimos la competencia de significado, indirecta, de los modernos métodos de combate deportivo, que poco o nada tienen que ver con lo que significa «Arte Marcial». Por otra, la confusión social general, la falta de valores humanos, la falta de objetivos hacia la humanidad en vez de hacia el propio individualismo destructivo al que nos empuja un sistema basado en la competencia por encima de la colaboración, hacen que los valores profundos  de la práctica marcial, no solo resulten aparentemente anacrónicos, sino que entran en frontal oposición como lo que nos proponen desde nuestras casas, nuestras escuelas, nuestras instituciones, nuestras naciones y nuestras culturas.

Vamos dando bandazos entre la necesidad de ser alguien en una sociedad que sólo premia a aquellos que son campeones en unas cuantas modalidades sociales, descartando al resto que queda para poblar las colas del desempleo, o sobreviven de un trabajo alienante ensimismados y distraídos entre partidos de futbol y escenas rocambolescas de discusiones televisivas.

Realmente el panorama es desolador. La valoración se complica aún más cuando analizamos el caso de cualquier adulto que quiere acceder a la formación en artes marciales. Los motivos de esta decisión no se encuentran habitualmente en un fondo reflexivo ligado a una tradición cultural o a una herencia familiar específica. En el caso de los occidentales, el peso del cine, de la cultura de la competencia, de la agresividad generalizada como forma de resolver conflictos locales, regionales, nacionales o internacionales, tienen mucho que decir.

Es duro afirmar esto que estoy a punto de hacer, pero la mayor parte de los adultos que se deciden a iniciar la práctica de las artes marciales no saben realmente dónde se meten. La tradición propone un método, una vía, un camino singular para encontrarse a uno mismo y a toda la batería de incongruencias vitales que la sociedad ha encajado en su propia materia espiritual.

Cuando alguien viene a hacer artes marciales no sabe bien a dónde va. En su mayoría cree que va a estudiar un método de defensa personal, lo cual en parte es cierto. Otras veces cree que va un centro espiritual con olor a incienso y ropa exótica como una forma de realzar su propio personaje o, entre muchas otras variantes, cree que puede materializar físicamente un videojuego, un documental o un cómic de súper héroes.

En estas motivaciones iniciales, no viene de fábrica la idea de una sinceridad real, un respeto real, un afán profundo por mejorarse como persona a todos los niveles  comprendiendo sus limitaciones, su estructura de pensamiento, su estructura emocional y el plano espiritual real en el que ha sido capaz de proyectar su evolución como punta de lanza de algo que llamamos humanidad.

Personalmente creo que la mejor fórmula para poner al individuo frente a un espejo certero que le muestre dónde están las imperfecciones acumuladas y qué conlleva en el discurrir de su camino vital, de su decisión frente al destino son, sin duda alguna, las artes marciales.

El gran problema es que, a esas alturas de camino (edades), o existe algún apoyo educacional previo, o de cualquier otro tipo, que haya sembrado la semilla de esta búsqueda, o acabaremos despidiéndonos, una vez más, de un alumno enojado que finalmente ha llegado a la conclusión de que esto es muy duro, tarda mucho en producir efecto o, en el peor de los casos, definitivamente no permite que el cuerpo se eleve del suelo más allá de un simple salto.

Esto convierte a este tipo de aspirantes a practicantes, en su fase inicial, en simples clientes o, peor aún, en pacientes si nos referimos artes marciales internas. Personas que traen realmente en sus cabezas algo que pretenden comprar, pero que no terminan de encontrar. Ven a sus maestros como los tenderos que les están enseñando lo que hay en las estanterías, pero no acaba de convencerles lo que les está diciendo sobre su necesidad de transformación.

Esta palabra debería figurar en la primera línea publicitaria de cada escuela. Algo como: «aquí te ayudamos a transformar tu desastre vital» incluyendo en la letra pequeña: «ojo, tendrá usted que poner de su parte y confiar en un método que nos llega de una época en la que no había internet».

Y la culpa de esto en realidad no es de nadie. No es del cliente que viene buscando algo que no vendemos, no es del sistema que no sabe realmente hacia dónde va, no es de la cultura. El problema es de falta de conocimiento y de aceptación.

En primer lugar debemos conocer cuál era el contexto histórico óptimo en el que estos sistemas se desarrollaron, también tenemos que comprender la falta de conocimiento general de esta realidad por la gran confusión que han ejercido sobre su mensaje las películas, la publicidad, los videojuegos o cualquier otro método de distracción de la realidad.

Es importante no equivocarse con esto para no desilusionarse. Tampoco debemos culpar a nuestros alumnos si en un periodo corto de tiempo no captan la realidad de lo que supone la práctica marcial. Es posible que cuando muerdan finalmente la fruta se den cuenta de que no era el sabor que buscaban. Ese es el momento de decirles ¡¡hasta luego!!.

El alumno debe fluir y debe permanecer por libre albedrío en la práctica. Debe someterse voluntariamente a las características del método y a la dirección de un maestro que tiene más tiempo de permanencia y de experiencia que él. La actitud de evaluación y crítica nunca debe partir desde alguien que desconoce en profundidad la labor de su maestro o de su profesor. Por desgracia, cualquiera que lee tres artículos en Internet se permite el lujo de plantear cuestiones de índole superior a su maestro cuando apenas él mismo ha comprendido su motivo para la práctica. Esta falta de humildad, o mala educación, es muy habitual por la facilidad de acceso a la teoría de los estilos y por la falsa sensación de conocimiento que esta posibilidad de acceso informativo genera en los menos capaces. Esta falta de compromiso real con la actividad, de comprender realmente a dónde ha accedido hace que el resultado final sea un desaguisado de difícil arreglo.

Esta realidad da al traste con cualquier posibilidad directa de influir positivamente desde nuestras disciplinas en una sociedad cada vez más compleja en lo que a comunicación real se refiere. Esta irónica situación en la que podemos establecer redes de amistad inmediata con cualquier lugar del mundo, pero que impide una comunicación sincera entre dos personas, nos da al traste con cualquier intento de hacer valer unos valores que se muestran ineficaces o como una debilidad frente a la corriente imperante de intereses.

Esta realidad nos exige mucho a los que nos dedicamos a esto. Nos exige comprender el concepto, aceptarlo, no oponernos y ser capaces de fluir con él sin que nuestro centro se modifique, es decir, nos exige también transformación.

Los alumnos vendrán y se irán. Serán unos alumnos y otros clientes, los pacientes siempre es mejor derivarlos a un médico que para eso están. Unos se irán contentos y otros enfadados. Otros permanecerán enfadados y algunos contentos. Todo este maremágnum no  va a cambiar a nivel global de inmediato por más que nos esforcemos. Pero está claro que el propio espíritu de las artes marciales nos enseña a no doblegarnos ante los retos que la vida nos plantea. Somos luchadores de la vida en tanto nos jugamos el sentido de lo que hacemos, aquí no podemos fallar.

Esta transformación pasa por intentar comprender un lenguaje que está alejado de la realidad y proporcionar experiencias prácticas directas que, desde el corazón, consigan comunicar al alumno (este sí) la realidad a la que se enfrenta. Es preciso que comprenda que las prisas del mundo actual solo aceleran una escasa percepción de la vida. Nos empujan a un ritmo desenfrenado lleno de ganadores y perdedores. Esto alimenta todos nuestros miedos y nuestras emociones más nocivas. Debemos ser el ejemplo vivo del equilibrio y en eso debemos volcar nuestra vida entera.

Quizá de toda esta reflexión no nos quede más que aceptar que el cambio, el único cambio real al que debemos aspirar es a aquel que propiciamos en nosotros mismos a través de nuestra capacidad de ser auténticos, sinceros, incorruptibles, leales, afectivos, humanos y, sobre otras muchas cosas más, reales en la medida que nos corresponde. A partir de aquí, la inteligencia, el conocimiento, la colaboración entre almas afines y el estudio profundo de todo lo que los grandes maestros de la historia nos han comunicado, nos ayudará a afrontar estos duros tiempos para la tradición.

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