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Artes Maritales

Artes Maritales

«Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos». Esta fracción de una cita del siempre impactante D. José Saramago, premio Nobel de literatura, nos acerca a la idea sobre la que queremos trabajar en el presente artículo.

El ámbito de las relaciones personales se encuentra un tanto desbocado, pese a que estamos en la época de las «redes sociales». Ahora más que nunca la distancia física ha dejado de ser un obstáculo para la comunicación entre los seres humanos. Todo nuestro universo personal, tal y como decía Ortega y Gasset, se configura entre nosotros  y las circunstancias de nuestra vida, que provienen del conjunto de elementos humanos que intervienen en ella desde fuera.

Las personas que nos rodean son el elemento alfa de esas circunstancias. La forma en la que nos perciben y la forma en las que las percibimos  son determinantes al adoptar un modelo conductual de relación u otro. Esta forma de vernos, de sentirnos, de comunicarnos, debería ser el eje real sobre el que iniciar algunas de nuestras reflexiones más profundas, sobre todo las vinculadas a la naturaleza significativa de nuestra existencia.

Vivimos desde el ego y eso crea un perfil interactivo fácilmente reconocible y evidentemente desnaturalizado. Baste profundizar un poco en estas cuestiones para darnos cuenta de que nuestra influencia recíproca parece tener una finalidad que apunta directamente a nuestra propia espiritualidad. Vivimos rodeados de personas, nos relacionamos con unas, despachamos a otras, con algunas nos casamos para luego divorciarnos y volvemos a encontrarnos con otras que quizá nos acompañen hasta el final de nuestros días.

Nuestras parejas, nuestros hijos, nuestros familiares, nuestros amigos, los compañeros del trabajo y los colegas de profesión, todos ellos y otro largo etcétera, se comunican con nosotros de muchas formas, formas no siempre exclusivamente modeladas por el ámbito contextual en el que ocurren. Los corazones humanos tienen un lazo común que permite que estas comunicaciones tengan un sentido superficial a la vez que un sentido profundo que no debería ser obviado.

Cuando hablamos de nuestra seguridad en las relaciones de amor y amistad, palabras que en determinados contextos deberían representar una sinonimia indiscutible, nos mostramos dubitativos y fijamos la incertidumbre propia de aquello cuya garantía no nos compete realmente. Damos por hecho que el mantenimiento, o no, de una relación depende más de factores externos que de nosotros mismos. Sin embargo, solo nosotros decidimos cómo ejercer esas características relacionales con un significado real, uno que les proporcione la solidez oportuna, una solidez que puede hacer emerger la verdadera naturaleza comunicativa de dicha relación.

En un orden de importancia, podríamos coger como ejemplo la relación más directa de nuestro entorno cercano, las relaciones de pareja.

¿Qué representa actualmente una convivencia en pareja? Si analizamos el porcentaje de divorcios actualmente en España podemos comprobar que las cifras son catastróficas para la idea de convivencia marital (artículo de referencia de datos) Parece que una maldición se cierne sobre el antiguo modelo familiar asentado en torno a un proyecto común de dos personas por crear un entorno de familia. Al margen de la idea religiosa o tradicional del matrimonio parece que ningún tipo de relación tiene una durabilidad garantizada. ¿Por qué ocurre esto?, ¿estamos ante una forma biológica de obsolescencia programada?

Algunos estudios señalan a los procesos de desconexión hormonal entre las parejas, una especie de decadencia biológica progresiva que debe superarse con un desarrollo afectivo supra hormonal. Estaríamos hablando de un metaenamoramiento vinculado a aspectos más sutiles y no puramente biológicos.

Según Helen Elizabeth Fisher, una profesora de Antropología e investigadora del comportamiento humano en la Universidad Rutgers, los periodos de enamoramiento no tiene un soporte biológico temporal superior a 4 años, lo cual podría justificar que ese sea el plazo medio más habitual de duración de las parejas antes de separarse. Este vínculo parece sujeto inevitablemente  a una química perecedera.

Sin embargo, el vínculo espiritual entre los humanos no tiene caducidad biológica. No faltan muestras en el pasado que corroboran esta afirmación, señalándonos que algo está fallando en nuestro enfoque actual de la convivencia.

Quizá si volvemos la vista a lo que la tradición espiritual nos insinúa veremos que, tanto el hombre como la mujer, no buscan exclusivamente un modelo humano con el que reproducir la especie. También desarrollan vínculos afectivos emocionales directos con el corazón de la otra persona para entablar un lenguaje sutil de correspondencia vital más amplio que el puramente sexual.

El Taijiquan nos muestra un modelo simbólico de interacción exacto para enfocar este problema. Un modelo que pone de manifiesto nuestra potencial capacidad de estar, en una forma minúscula, dentro del otro y ser a su vez la compensación necesaria para que el balanceo natural de la vida no destruya la circularidad, perfecta e impoluta, que refleja esta dualidad complementaria.

Nuestra pareja es nuestro espejo. Es el punto de referenciación a través del cual podemos comprender y entender nuestra sutil esencia contraria a nuestro rol sexual. No sólo somos hombres o mujeres, somos células impregnadas de espiritualidad y energía fluyendo los unos hacia los otros en una danza cuyo sentido escapa a nuestros sentidos externos.

El respeto de la individualidad particular de todas las personas que nos rodean, así como el asombro constante por todo aquello que nos pueda llevar a reconocer nuestro propio contrapunto, pueden ser unos más que loables objetivos en nuestro caminar en paralelo. Acercamiento y alejamiento como fases naturales de un proceso en el que todo es dinámico. Un proceso de afinidades y desconciertos que deberíamos asumir con la misma perspectiva con la que observamos la naturaleza que nos rodea.

Todo aquello que acontece a nuestro alrededor es un hecho milagroso, es un evento que debería hacernos maravillar por la grandeza de lo que significa la existencia. Una persona, un ser, un alma compañera que nos comunica, constantemente, un reflejo de una parte pequeña de nosotros que nos permite por su emergencia  ser más completos, ser más comprensivos, ser más coherentes.

Admitiendo nuestra necesidad interactiva sutil  estamos llamando al sentido de la convivencia y del desarrollo de una familia de interacciones positivas. En estas interacciones positivas podemos invertir todo nuestro capital afectivo para reconducir cualquier elemento discordante de nuestra música simétrica. El alma tiene dos polaridades inequívocas en su manifestación post celeste. Así nos configura el tao al que no podemos nombrar y sobre el que no tiene sentido especular. Qué más ejemplo que los que estamos y cómo estamos.

En todos los ámbitos de nuestra vida, desarrollar la capacidad para ver el mensaje que los otros tienen que comunicarnos a través de sus propias vivencias, sus expresiones, sus palabras, sus circunstancias, justifica el pequeño esfuerzo de poner nuestra atención en un punto de vista diferente. No apuntar al otro desde nosotros sería un buen comienzo. Disolver nuestra propia autopercepción antes de entrar en comunicación sutil con otra persona puede ayudarnos a percibirla sin el ruido autoreferenciante de nuestro ego. Es sin duda éste el que pretende constantemente reflejar en las personas que nos rodean todo aquello que ha decidió no admitir de nosotros mismos. Como proceso de protección de nuestro intelecto, el ego puede llegar a ocultar todo aquello que nuestros semejantes tienen que decirnos sin palabras.

La tradición nos invita a desaparecer, a desvincularnos progresivamente de la imagen que tenemos de nosotros, de su condicionamiento operante en nuestras relaciones humanas. Este proceso, que no entra en contradicción alguna con el natural proceso de individuación que rige la maduración del individuo, debería ayudarnos a entender mejor el sentido de nuestra comunicación sutil, las causas que realmente nos acercan para alimentar nuestro olfato espiritual y descubrir, a través de ese reflejo, aquello que en nuestra propia psique autodominada por el ego no podemos observar.

El otro puede presentársenos entonces como una trampa eficaz en la que encerramos nuestras proyecciones para, una vez capturadas, poder analizarlas con detenimiento. Necesitamos a los demás para conocernos. Aquello que nos molesta, aquello que nos indigna, aquello que produce fundamentalmente nuestra airada expresión, no deja de ser el reflejo reprimido de esos «algos» que en nosotros no estamos dispuestos a admitir.

El verdadero papel de nuestro contacto, de nuestra comunicación, forma parte de nuestro propio sentido vital vinculado al resto de seres humanos. Podemos vivir aislados, pero qué desperdicio vital dejar de disfrutar del contacto visual, sonoro, táctil de todo aquello creado de la misma y asombrosa manera.

La magia de la convivencia radica en nuestra forma de enfocarla, en nuestra forma de valorar la vida en su magnificencia por encima de nuestra pequeñez autocreadora. La capacidad de expresar desde el corazón el amor que debe nutrir nuestro sentido comunicativo justifica el esfuerzo. Poder encontrar en el otro todo aquello que buscamos inconscientemente en nosotros será el regalo de este pequeño esfuerzo, de este gran esfuerzo de retomar la senda real de las relaciones humanas.

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