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La compleja simplicidad de la vía

La compleja simplicidad de la vía

La complejidad aparente define el comienzo del viaje. Comenzamos percibiendo el volumen de la obra, la magnitud de la creación ante la que nos encontramos. Vislumbramos la imagen de una catedral inaprensible y, ligada a ella, sentimos una gran sensación de incapacidad creativa instantánea, inmediata. Conscientes de la dificultad para comprender en su totalidad lo que tenemos delante nos dejamos arrastrar por su atractiva magnitud.

La complejidad general de su estructura y la perspectiva de tener que afrontar un aprendizaje enorme en una eternidad de minúsculas porciones, garantiza la opción del desaliento a aquel que navega en las aguas de la impaciencia, un mal común en nuestros días.

Es por esto que esta cualidad, la paciencia, es el primer requisito exigible a quién pretende abordar este camino en paralelo con su vida. Para exigirla, para entender que no es un castigo premeditado inicial sino que se trata de una prerrogativa indispensable para afrontar con éxito las dificultades y procedimientos propios del camino a recorrer, debemos ahondar en sus formas y pilares, en aquello que la fundamenta y que puede y debe inculcarse en la base fundamental de todo arte marcial. Disponer de este primer apoyo es fundamental en un contexto en el que, por defecto, la carencia será la regla sin excepción.

La paciencia, como cualidad humana, necesita alimentarse, refinarse y fomentarse en la medida que, siendo un innegable esfuerzo, una parte de la tendencia acomodaticia de nuestra mente puede acabar alcanzándola y derribándola antes de que la hayamos asentado como una característica eje de nuestra personalidad marcial y humana.

La paciencia será claramente el resultado de una motivación real, no ficticia, que alimente y defina nuestra búsqueda en este territorio por explorar.

Esta motivación real no se basa en una  imagen idílica, no se soporta en un modelo cinematográfico de corta duración que excite nuestras imágenes arquetípicas del héroe, lastrando el resto de nuestra personalidad a ese fundamento parcial. No puede ser fruto de una emoción de base o de perversiones como el rencor, la ira, la envidia o tantas otras expuestas por sistema en historias escritas o filmadas. Estas emociones se agotan en la medida en que nuestro camino va en otra dirección y, por lo tanto, dejan de tener el alimento que las mantenga, decayendo entonces nuestra virtual motivación y, por defecto, nuestra paciencia para afrontar una práctica que perderá entonces toda su razón de ser.

Esta motivación natural se nutre de comprender el real sentido de lo que vamos a hacer a lo largo de este aprendizaje, de comprender el sentido de sus fases, de sus tiempos, de nuestras capacidades y las necesidades de transformarnos para adaptarnos a un mensaje físico, mental y energético diferente.

 La práctica marcial nos va a mostrar inicialmente nuestros límites. Aceptarlos será un primer paso para comprender el proceso constructivo y evolutivo que significan en su conjunto las artes marciales.

 A partir de estas premisas, aceptando nuestros límites, vislumbrando la longitud vital del camino, comprendiendo la necesidad de ser pacientes y construyendo esa paciencia con una motivación inquebrantable sustentada en el sentido correcto de nuestra búsqueda, sólo entonces podemos hablar de una iniciación en esta práctica ancestral.

Este primer periodo de asentamiento, de fijación de bases, de comprensión de límites es una ruta ascendente que nos muestra con dureza esta primera parte del viaje, esta primera cima que escalar en la que, culminada, nos encontraremos con un Yo que desconocíamos pero que identificamos como lo más esencial de nosotros. Desde allí la visión del camino es diferente, observamos la longitud, las posibles dificultades, pero vemos también el horizonte de nuestra búsqueda y los lastres que arrastramos.

Comienza entonces un camino de regreso interior en el que el esfuerzo inicial de comprender el conjunto global desde sus primeras técnicas básicas, hasta llegar  a dominar el volumen preestablecido de ellas, se va invirtiendo en una constante visualización de la simplicidad implícita en cada gesto complejo, en descubrir cada patrón escondido que se reproduce modificado en cada peculiar prisma de un contexto mutable. Coleccionar en lo más profundo de nuestro ser esos patrones, relacionarlos, y contrastarlos con las imágenes tridimensionales de aquella catedral original,  nos ayudará a convertir nuestro ser en una réplica interna absoluta de ella, un modelo en el que nuestra individual conjetura modificará de forma efectiva la colocación de cada columna de esta edificación, todo ello sin corromper las leyes naturales de soporte y acción que nuestra intuición ha descubierto año tras año en el proceso del entrenamiento. En ese momento el ser y el arte se funden en una única corriente que fluye en la dirección inevitable de un destino decidido.

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