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Ser un Ser humano

Ser un Ser humano

«Cuando la vida se funde en una aspiración suprema de justicia, de derecho, de honor y de verdad, hacia los cuales nos llevan los impulsos generosos de nuestra propia alma, no solo debemos resguardarnos de todo aquello que pudiera desvirtuarnos y empequeñecernos, sino que debemos transformarnos en apóstoles incorruptibles de tan nobles aspiraciones»

Hipólito Yrigoyen

 

Vivimos tiempos difíciles. Nuestras dificultades, como es lógico, no son del mismo calibre que las dificultades de aquellos que viven en países subyugados por dictadores y mafias que se pasan por el filo de lo imposible cualquier atisbo de algo que podamos llamar derechos humanos. El panorama exterior es desolador. Matanzas indiscriminadas, luchas por un poder muy focalizado en la que inocentes pierden la vida, la casa o la familia. Es realmente un escenario dramático el que nos ocupa internacionalmente, pero no es menos cierto que nosotros tenemos nuestra ración actualizada de toda esta miseria, aunque en otro nivel de gravedad.

Mirar a estos pobres que sufren todo lo que antes me he permitido el lujo de señalar, como si de ese vistazo se desprendiese un perfume sedativo que pudiera calmar, de algún modo, nuestra catastrófica visión de este presente que nos ocupa, no solo es consuelo de tontos, sino que es, ante todo, una irresponsabilidad enorme.

Hablamos del descalabro económico, de la falta de empleo, de la falta de recursos para becar a nuestros estudiantes o de la carencia de ayudas para los sectores culturales que tanto han favorecido a la esperanza evolutiva de esto que llamamos especie humana. Este descalabro económico contrasta casi a diario con noticias que nos muestran a individuos que, no solo se han lucrado en mitad de toda esta miseria social, también se han permitido el lujo de dictar recomendaciones a los que sufren haciéndoles creer que todo esto, toda esta situación maloliente, se debe a un intento injustificado de vivir por encima de sus posibilidades, como si con 600 € de los de hoy alguien pudiese vivir por encima de algo más que de la propia supervivencia.

Si ahondamos en revisar esta situación, estos personajes, este tipo de anécdotas kafkianas, podremos desojar la margarita de la realidad que nos ha llevado progresivamente hasta este punto de decadencia. Un punto en el que terroristas, ladrones, estafadores y personas sin escrúpulos se han permitido el lujo de erigirse e investirse, ellos mismos, de un halo de aristocracia lo suficientemente convincente para que los humildes que les han soportado acaben creyendo la absoluta necesidad de su presencia y su estatus.

Nuestro momento presente obedece a una vulgarización progresiva de los valores que han configurado el concepto de humanidad por encima del de una simple especie de hormigas obreras, sin ánimo de ofender a las hormigas, que viven por y para el trabajo productivo alimentando una estructura jerárquica que nunca es cuestionada. Somos una masa de trabajadores/consumidores a los que se les ha adormecido el sentido crítico a base de deporte, videojuegos, cine y televisión de la más baja calidad moral.

Hemos elevado al estatus relevante de famosos a personas de la más baja calidad moral para llegar a imaginar un tipo de sociedad que se llega a plantear si tenemos la televisión que unos pocos creen que nos merecemos.

La sociedad de galeras, la de los autónomos explotados por el estado, la de los pensionistas pagando sus fármacos, la de los hijos dejando los estudios o los desahucios; esta sociedad suburbana que nos han venido a convencer y vender como modelo que nos corresponde, no solo no es una alternativa, es un páramo yermo en el que nada de lo que hemos venido a hacer a este mundo es posible. Estamos presos de unas condiciones, vivimos por y para alimentar a individuos que se jactan de tener el derecho a estar donde están por que los demás no lo tienen.

No es esto solo una crítica a los políticos corruptos que abundan en este país, a la televisión basura, al modelo alemán de explotación progresiva, a los bancos que campean a sus anchas recibiendo nuestras ayudas mientras echan familias a la calle por no poder devolver el dinero que les prestaron o simplemente sus intereses. Se trata de un llamado a entender que hemos perdido nuestra capacidad de reacción para reclamar lo que significa humanidad. Humanidad no es dar limosnas a los que piden por la calle, no es pagar una vez al mes una cuota a una ONG, humanidad es todo lo que conlleva sentirse humanamente digno. Es vivir con coherencia hacia una elevación global del conjunto de lo que somos, una especie evolutiva que busca desarrollarse hasta las cotas más altas de su potencial.

Necesitamos despojarnos de esta lacra de la avaricia, de la deshumanización, de la injusticia, de la expansión constante. Necesitamos dar un paso al frente y reivindicar nuestro derecho a ser personas éticamente educadas, personas que no duden si devolver una cartera que se encuentren o que no se planteen si harían o no uso de una tarjeta opaca.

Debemos ser una sociedad de semejantes, de personas que basen su relación en el amor, la amistad, la colaboración, la construcción de un mundo mejor para que nuestros hijos, más dotados que nosotros, reciban el estímulo y las condiciones suficientes para seguir evolucionando el testigo genético que les corresponde.

Necesitamos enfrentarnos a esos demonios del poder, a esos asesinos de personas, a esos inhumanos traficantes de deudas que anteponen un número de una cuenta a la sonrisa de un bebé viendo a su madre en un ambiente de dignidad.

Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando alguien pierde el norte y comienza a hacer locuras. Una parte de esta situación es nuestra, es nuestra responsabilidad. Debemos dejar de alimentar a estas ratas inhumanas, con perdón a las ratas, para centrarnos en nuestro crecimiento real, personal, sin tonterías espiritualistas que no tengan luego una complementariedad moral como grupo, sin religiones que apoyen a estos demonios de la injusticia, a estos asesinos de niños que no merecen más infierno que el que ellos mismos son capaces de provocar para llenar su ya llenos bolsillos.

Espero que todos y cada uno de nosotros despertemos de verdad, no a una luz que no conoceremos hasta el final de nuestra vida, pero sí a la luz de la realidad que nos mantiene confundidos, aletargados o entretenidos mientras estas alimañas insufribles siguen moviendo los hilos funerarios de sus próximas víctimas.

Si hay un dios de los que dicen estos individuos, que baje y ponga orden, si no lo hay, tendremos que hacerlo nosotros de la forma que mejor podemos hacer: siendo honestos, sinceros, honrados, justos, perseverantes, incorruptibles, amables, inteligentes, cultos, desapegados, íntegros y conscientes. Transmitiendo estos valores a nuestros hijos, educando a nuestra sociedad. Si conseguimos consolidar estos valores en nuestro fuero interno, apagar la tele, abrir un libro, decir basta a lo que veamos fuera de este orden y alimentar lo verdaderamente importante, el destino estará abriéndose paso con un rayo de luz en mitad de una ciénaga de petróleo llena de malditos bastardos empeñados en roerles la vida a todos los que sean necesarios para que la suya y la de los suyos discurra sin problemas. No dejemos pasar de largo ni un instante la oportunidad de ser auténticos y enfrentarnos sin miedo a esta decrepitud moral creciente instalada en mensajes que reducen, cada vez más, lo que significa en realidad ser un ser humano.

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