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Las traducciones de los textos antiguos

Acostumbramos a asumir los libros y textos como fieles transmisiones de sus autores sin cuestionarnos qué queda verdaderamente de la esencia del autor en esas palabras que llegan a nosotros en nuestra lengua materna. Es poco frecuente comparar traducciones de un mismo texto y, por regla general, nos apegamos a las frases que se asientan en nuestra mente sin plantearnos cuál es su origen. Son escasas las ocasiones en las que un traductor consigue una fama similar a la del autor pese a que su labor, en algunos campos, puede ser de igual valor y dificultad. No todos los idiomas se prestan a las mismas complejidades y el contexto del escrito marca de manera determinante la posibilidad de que un texto pueda ser transmitido con fiabilidad en otra lengua distinta de la que lo vio nacer.

            Si tomamos como muestra un texto harto conocido como es el Tao Te King y disponemos del tiempo y la curiosidad suficientes para «trastear» distintas ediciones y traducciones, descubriremos notables diferencias a simple vista. En líneas generales, todo traductor o intermediario que se lance al reto de traducir literatura se enfrenta al enorme desafío de comprender la mente del autor y saber interpretar sus palabras para culminar su tarea rebuscando en el cajón de su propio idioma y encontrar las correspondencias que mejor se ajusten a cada idea. Si esta labor ya se nos antoja complicada, cuánto más si se trata de un texto con caracteres de hace miles de años, escrito en un contexto social y cultural que nos exige un elevado uso de la imaginación para intentar aproximarnos a conocerlo. ¿Quiere esto decir que su traducción es imposible? Por la variedad de versiones que del Tao Te King existen, podríamos pensar que sí, que es imposible, o que se hace lo que se puede. Pero, eso sería si nos centramos únicamente en la literalidad de las palabras o de los hechos. No obstante, si concebimos la posibilidad de que los textos y las ideas utilizan diversos medios para alcanzarnos y que podemos acogernos a la interpretación que nos remueva más profundamente, la labor del traductor quedaría, por tanto, más que recompensada.

            ¿Debemos pensar que no existen traducciones fieles? Dependerá de factores como los que hemos mencionado, pero debemos tener presente que siempre que una mente observa y analiza la creación de otra, se abren camino los matices. ¿No será que estamos ante otro tipo de creación: la traducción? Borges, como traductor precoz, nos respondería, sin ningún atisbo de duda, que todo es traducible ya que concibe la traducción en sí como un acto de creación, en el cual el original puede ser incluso mejorado por su versión en otro idioma.

            Entonces... ¿son, de verdad, las palabras de Lao Tse (si es que existió como tal) las que encontramos en el Tao Te King? ¿Por qué es un texto tan especial y único para tantas culturas? ¿Por qué nos conmueven estos versos aunque no todas las versiones empleen las mismas palabras? Quizás habría que reconocer a los traductores el mérito de transmitir «eso» que subyace en los ideogramas y que las palabras simplemente se encargan de conducir.

 

 

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