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Vacunas e intereses farmacéuticos

¿Tenemos que vacunarnos? La pregunta parece, inicialmente, una perogrullada. Casi nadie se cuestiona este apartado que tanto afecta a nuestra salud.

El motivo de este pequeño artículo no es hacer desistir a nadie de su decisión de entrar en los programas de vacunación o utilizar este método para la solución de sus eventuales problemas de salud.

Queremos mantener siempre viva la llama de la reflexión y, ante todo, alentar a aquellos que optan por entrar en esta dinámica, a la investigación sobre todo aquello que, desde su fabricación en un laboratorio, acaba entrando en su cuerpo con un interés específico.

No cabe duda de que las vacunas han promovido una serie de cambios de la máxima importancia en nuestras condiciones de vida. En la antigüedad, las plagas y enfermedades diversas que asolaban a la población, no tenían recursos para solucionarse y terminaban con el exterminio continuado de todos aquellos que tenían la desgracia de contraer la enfermedad.

Es cierto que las vacunas han cambiado esta situación, ahora bien, toda moneda tiene su cara y su cruz.

Esta realidad que hemos mencionado, no justifica el uso indiscriminado de este recurso cuando no esté del todo experimentado o, los beneficios potenciales de la acción del vacunado en cuestión no hayan sido demostrados.

Este es el caso de la nueva campaña de vacunación anunciada contra el virus del papiloma humano (VPH) que, de entrada, afectará a 4.000 niñas andaluzas.

Lo curioso de esta campaña de vacunación es que sus fundamentos para llevarla a cabo no tienen pies ni cabeza. En un artículo de Carlos Alvarez-Dardet, Catedrático de Salud Pública de la Universidad de Alicante y director de la revista Journal of Epidemiology and Community Health, se exponen serias razones para dudar de esta acción vacunadora masiva. Lo primero que nos indica es que los ensayos realizados con esa vacuna son insuficientes en el tiempo ya que el pretendido cáncer que se desea evitar (cáncer de cuello uterino) tiene una evolución lenta de unos 30 a 50 años, mientras que las pruebas apenas superan los seis años de seguimientos en su fase II.

Por lo tanto, no existe ni un sólo caso evaluable sobre la utilidad de la vacuna. Esto no sólo debe alertarnos sobre su eficacia para paliar el mal que se anuncia, sino también  debe hacer que nos cuestionemos los efectos secundarios que podrían aparecer en el tiempo.

Existen ejemplos recientes de las consecuencias del uso de la vacuna neumocócica sobre la aparición de serotipos no cubiertos con la vacuna que son multiresistentes a los antibióticos y que causan enfermedad neumocócica invasiva.

Con otros antecedentes similares a la espalda de la industria farmacéutica, ¿cómo podemos confiar en la utilidad de esta medida?

Para colmo, el coste que tendrá esta campaña para nuestro sistema sanitario será bárbaro. La vacuna costará por persona 464,58 €. Un precio descomunal teniendo en cuenta las previsiones de vacunación, que pronostican en el primer periodo de acción sobre el cáncer un coste global de 4.000 millones de euros. Algo que, sin duda, esclarece mucho el afán publicitario que los laboratorios están demostrando para este nuevo producto.

Quizá la vacuna funcione o quizá no. En última instancia cabría preguntarse por qué no se agotan las medidas de revisión sobre los efectos de una campaña tan cara, por qué no se exige a la industria farmacéutica elementos de juicio objetivos que justifiquen la inversión, por qué no se establecen medidas de coste justas y lógicas que reviertan en una mayor prevención.

Quizá para eso hacen falta más médicos, menos presión de tiempo en sus consultas, menos intereses económicos de fondo, más ganas de optar por una verdadera salud social, esa que debería de alejarnos de las medidas paliativas y entrar desde la profilaxis ajustada en las realidades que provocan estos problemas. Quizá no todo está en los genes y quizá tenemos mucho que ver en aquellas cosas que ocurren en nuestro interior.

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