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Dos sencillas premisas

Dos sencillas premisas

Algo tan aparentemente complejo puede resultar extremadamente simple si somos capaces de concentrar el enfoque de nuestra perspectiva hacia un aspecto fundamental de nuestra existencia.

El ser humano busca, sobre todas las cosas, ser conscientemente feliz. Una felicidad consciente sujeta a un requisito fundamental: ser socialmente libre sin que esa libertad afecte a la felicidad consciente de nadie de forma negativa.

Podríamos remarcar estas dos afirmaciones como la idea central de nuestra existencia enfocada hacia el bien y hacia un sentido razonable de vivir.

Lejos de quedarnos en las palabras, debemos reflexionar profundamente sobre estas dos ideas para clarificar, si conocemos la felicidad, si somos realmente conscientes y si todo ello ocurre en un entorno en el que podemos expresar con libertad la esencia de nuestra persona.

Por desgracia, el entorno en el que actualmente nos encontramos aún no ha llegado a ese punto. Es fundamental entender que quizá la convergencia de nuestra evolución hacia esos parámetros depende absolutamente de nuestro esfuerzo por establecer estas leyes en lo más profundo de nuestra búsqueda personal.

Para lograrlo necesitamos aceptar nuestra colectividad, aceptar que no estamos solos y que nuestra supervivencia en esta naturaleza ha dependido siempre de nuestra capacidad para organizarnos como grupo y asumir, desde ahí, las vicisitudes que nos afectan.

Todo ello pasa por lograr un estado de conciencia elevado, un estado en el que seamos capaces de distinguir la felicidad del sufrimiento, asumiendo las dos caras de esta moneda en una sociedad egoísta, pero entendiendo que podemos renunciar individualmente a este egoísmo imperante.

 Otro problema de nuestro grupo humano es la magnitud demográfica que hemos alcanzado. Una magnitud sin parangón en ningún estrato conocido de nuestra historia. La cantidad de personas y sus complejidades individuales hacen muy difícil establecer un gobierno propio que esté a salvo de los egoísmos que nos rodean, egoísmos insensibles a cualquier mensaje que les invite a evolucionar su conciencia hacia una empatía social positiva.

Estando así las cosas resulta complicado afrontar un enfoque transformador en nuestra sociedad que nos augure un destino feliz. Como siempre no nos queda más fuero que el propio, ni más objetivo en nuestras vidas que centrarnos en ellas y en lo cercano que nos rodea. La asociación de afines puede dar una potencia positiva a este impulso, pero resultará fundamental que esta reunificación de un colectivo que presione con estos valores humanos no naufrague en los pozos inevitables que toda estructura de volumen acaba desarrollando por debilidades de principio.

La organización libre y decidida a transformar la sociedad debe partir de una educación absolutamente enfocada desde las dos premisas inicialmente expuestas. Eso significa erradicar el elemento competitivo como motivación jerarquizante de los logros evolutivos personales. Eso requiere una entrega absoluta del educador a la transmisión desde el ejemplo de su propia evolución personal, una evolución en la que decidimos desde nuestra libertad social de elegir sin egoísmos y conscientes de la necesidad del bien común.

Algunos piensan que hay que dejar que la naturaleza del ser humano se manifieste como le apetezca desde las edades más tempranas, craso error que nos desvincula como guías adultos de las generaciones venideras y que tira a la basura cualquier experiencia positiva que pudiésemos transmitir como elemento de compensación al caos social en el que existimos. La situación actual no está libre de influencias nefastas para estos objetivos que señalamos, cualquier transformación de esta tendencia tendrá que tener en cuenta la necesidad de establecer presiones compensatorias positivas para lograr el equilibrio de la transmisión de valores fundamentales para el ser humano.

Desde esta educación, la acción posterior debe estar guiada igualmente por los principios anteriormente descritos. Unos principios que nos exigirán de nuevo poner en práctica constante la referencia de felicidad que nos proporciona establecer modelos que permitan a otras personas crecer en libertad social positiva, conscientes de la felicidad real que esto les proporciona. Ser feliz es sentirse satisfecho plenamente. Satisfechos de la vida y de las decisiones que nos guían por ella.

La transformación nos exigirá ir poniendo el énfasis en las cosas realmente importantes y retornar a una visión coherente de nuestra evolución humana, en su faceta personal, social, cultural, espiritual, biológica y, sobre todo, tecnológica. Podemos llegar a ser una sociedad que utilice su tecnología para permitir que el ser humano dedique la totalidad de su tiempo al desarrollo de nuestro último estrato evolutivo: la consciencia fundamental de nuestra existencia. Quizá desde ahí  tengamos la posibilidad de crecer en la felicidad de un mundo sin exigencias de horarios, empleo, competencias u ganancias. Un mundo en el que nuestra evolución posterior venga dictada por nuestra capacidad para ser felices y para solucionar los enormes problemas que hemos generado a lo largo de nuestra evolución anterior.

Si somos capaces de rehacer nuestros destrozos, recomponer nuestro interior y corregir el camino equivocado que como grupo social humano hemos dictado, quizá queda una esperanza para que el proyecto del ser humano como vehículo de una consciencia trascendente sea una realidad.

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