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¿Y si nos queremos?

¿Y si nos queremos?

La pluralidad de las artes marciales chinas, en todos sus ámbitos, es una realidad indiscutible. Hay estilos para todos los gustos; maestros, líneas, variaciones entre las líneas, etc. Este no es en realidad el problema que impide una mayor unidad entre los practicantes de artes marciales chinas en nuestro país y, por qué no decirlo, en el resto del mundo.

El gran problema de nuestra incapacidad para unirnos nace cuando establecemos marcos comparativos reduccionistas que intentan menospreciar al resto para ocupar posiciones de prestigio más elevadas. 

No intento ofender a nadie, pero me resulta tan evidente que proclamar a grito pelado que un estilo es mejor que otro, un maestro mejor que otro o una línea mejor que otra es una actitud, cuando menos, pueril.

Los estilos son métodos de práctica con objetivos acorde a aspectos no siempre similares. Sus orígenes nucleares, aquellos en los que finalmente todos los estilos desembocan, nos deberían cerrar la boca cuando nuestros egos intentan posicionarnos por delante de otros en la escala de mejores mundiales del universo. 

Personalmente, no creo que este establecimiento comparativo ayude en definitiva a nadie. En particular descalifica totalmente a aquel que aparece como el Increíble Hulk de las artes marciales chinas, bien sea en efectividad marcial o bien en estantería de medallas y copas andante. Por otro, no existe un marco real de confrontación que demuestre este tipo de afirmaciones. Ojo, con esto no defiendo la antigua tradición de combates a muerte, me refiero a que la mayoría de los estilos tradicionales no fueron diseñados por y para competir en entornos reglados.

Por lo que he llegado a comprender, la práctica tradicional apunta directamente al centro del individuo. No establece objetivos que estén más allá de nosotros mismos. No podemos ni deberíamos querer ser más que nadie, porque nada está definido hasta el verdadero momento de la verdad. A veces, este momento consiste simplemente en una mirada tierna que desmonte las películas agresivas que todos llevamos en la mollera, para eso hay que trabajar mucho.

La belleza del arte, el respeto a tantas generaciones transmitiendo valores y técnicas, métodos y filosofía, comprensión y evolución, se va al traste cuando aparecemos por ahí mostrando medallas que no anuncian nada más que un estado puntual que nada tiene que ver con la evolución personal dentro del contexto del arte practicado.

Algunos piensan que los campeonísimos demuestran una mayor calidad de escuelas o que, acumular títulos a veces a la carta, posiciona a un grupo de artistas marciales por encima de otro. No lo entiendo.

 

En un texto del Maestro de Kishomaru Ueshiba, uno de los herederos del Aikido se cita lo siguiente:

 

 Budo es entrenamiento constante de la mente y del cuerpo como disciplina básica para los seres humanos que caminan por el sendero espiritual. Sólo entonces puede uno apreciar plenamente el rechazo de competiciones y concursos en el aikido, y la razón de las demostraciones públicas que son una muestra del entrenamiento constante y no de la habilidad del ego.

Esta visión evolucionada de lo que es la vía marcial a veces se desvanece en los planteamientos que se barajan cuando pretendemos plantear contextos de unidad entre las escuelas marciales chinas en España. Intentamos hacerlo desde la opción de compartir competiciones en vez de hacerlo desde la opción de generar amistad, apoyo, respeto y cordial relación, lo que se ajustaría más a la esencia fundamental de la práctica marcial.

Vivimos los tiempos de los vale todo y las artes marciales mixtas, deportes que dentro de sus propias reglas, a veces, nos ofrecen bellos espectáculos pugilísticos y otras, deplorables ejemplos de lo que es una práctica marcial mal entendida. Es importante no confundir los términos y no asemejarnos a contextos que se alejan de los principios morales, espirituales y filosóficos de lo que hacemos. Una parte importante de nuestras prácticas se desarrolló en los monasterios y no en cárceles o en campamentos militares exclusivamente.

Quizá algunos momentos de la historia de las artes marciales chinas han tenido episodios que revelan una crueldad absoluta o una falta de estos principios que enarbolamos en este artículo como objetivos reales que deberían guiar nuestra unidad, pero no podemos perder de vista la línea evolutiva de las artes marciales hasta nuestros días. Nuestra sociedad está en decadencia constante por culpa de los valores negativos que la guían. El corazón de los artistas marciales en constante estado de depuración debería ser un ejemplo inverso, un abanderado de que hay otras realidades posibles.

Si no somos capaces de convivir nosotros mismos, no podemos pretender que nuestro mensaje trascienda a otras capas de la sociedad. Reflexionando sobre esto a lo mejor llegamos a concluir que Shaolín, Wudang, Taijiquan, Hung Gar Kuen, Wing Chun, Choy Lee Fut y tantos otros estilos practicados en nuestro país, son una enorme muestra de diversidad y convivencia pacífica entre expertos en el control de la violencia, en los principios de convivencia pacífica que tanto necesitamos como sociedad. Ninguno mejor o peor que otro, quizá diferentes, pero con algunos principios comunes que deberíamos festejar.  

Quizá si dejamos de competir y comenzamos a ayudarnos unos a otros, quizá entonces nuestro mensaje tenga la coherencia que necesita esta tierra de conejos ahora de lobos. Que cada uno reflexione en su fuero y que ejerza aquello que su corazón le dicte.

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