Blogia
Kan Li Think

Ve tú arreglando el mundo que ahora voy yo. Después del futbol

Ve tú arreglando el mundo que ahora voy yo. Después del futbol

Menuda sociedad estamos construyendo. No hay un solo día en que no me sorprenda más aún de los desaguisados que cometemos en nombre de cualquier causa, por más estúpida que esta sea.

La guerra dialéctica entre políticos, la verborrea insultante de los programas televisivos de más popularidad, la patética evolución en las listas de libros más vendidos de historias que son para cortarse los párpados y ponerse unos de cemento están, poco a poco, mostrándonos el maravilloso escenario y obra en la que estamos realmente actuando.

Cuando comencé en la vía de las artes marciales, por qué no decirlo, mil pájaros volaban sobre mi cabeza. Pájaros de películas de artes marciales, de tebeos de súper héroes, de historias heroicas dignas de emular. Tras esa avalancha de estímulos recibidos, qué duda cabe de que una parte de mi inconsciente ha recorrido parte de esta vía acompañada por el eco de ensoñaciones que poco o nada tienen que ver con la realidad.

Sin embargo la vida, esa gran maestra, se ha ocupado puntualmente de ir dándome tajos en estas fantasías consiguiendo que, a día de hoy, ya no queden apenas las más mínimas sombras motivacionales de aquellos sueños infantiles. Ahora, la realidad de nuestra vida, de nuestro día a día, me va mostrando con crudeza en qué consiste esto del camino del guerrero.

Los numerosos problemas que nos acucian, problemas relativamente reales, hacen que a veces me pregunte por qué es tan difícil establecer prioridades que nos permitan, no solo evolucionar como sociedad hacia un colectivo más consciente, sino ser capaces de impulsar este crecimiento en otras sociedades menos evolucionadas que la nuestra. Sí, me permito decir esto a boca llena porque qué duda cabe de que muchísimas otras sociedades son menos evolucionadas que la nuestra.

Nos quejamos, pero gran parte de nuestra queja viene de una educación equivocada en la que pensamos que todo nos es debido y que no deberíamos realmente hacer nada por tenerlo. Pensamos que nuestra vida es muy dura en estas condiciones en las que vivimos, pero me gustaría saber qué piensa de esto cualquier ruandés, cualquier afgano o cualquier sirio, y no sigo para no ocupar todo el post con dramatismos que nadie quiere escuchar.

Somos la sociedad de la información inservible, la sociedad del bienestar de unos pocos desagradecidos. La sociedad de los jóvenes del futuro sin futuro. Unos porque dedican su vida a formarse y formarse y formarse y formarse hasta que les toque jubilarse, otros porque no sirven para nada que no sea comer pizza, jugar a la play y consumir el mayor número posible de megas en sus Smartphones, o de horas nocturnas en actividades tan importantes como subir vídeos que cualquier imbécil podría hacer, o cotillear todo aquello que pasa en un grupo de 6.000 amigos a los que nunca han visto.

¿Qué estamos haciendo? Nos hemos equivocado de pleno en muchas cosas. Hemos descartado directamente de la ecuación dos elementos fundamentales en la educación de nuestras generaciones futuras. Hemos quitado de un plumazo la valoración del esfuerzo como método lógico para la consecución de objetivos realmente importantes y, quizá en esto es donde más hemos fallado, en desautorizar cualquier tipo de elemento de autoridad que pueda poner orden en este desaguisado.

Parece que ahora todos los niños son superdotados, todos nuestros jóvenes tienen verdades absolutas y las sensibilidades, no solo se cultivan, se protegen hasta los límites que impiden que el individuo se curta lo suficiente para lo que le espera. ¿Es esto tan difícil de ver?

¿Que haya niños que tienen hasta cinco consolas de videojuego en sus casas, pares de bicicletas, patines, tablas de surf, televisores, teléfonos, etc., no nos hace pensar que algo estamos haciendo mal? No hemos sido capaces de poner un freno a los premios sin esfuerzo, no hemos dado los valores reales que construyen a una persona mofándonos incluso de ellos. Honradez, respeto, valentía, constancia, rectitud, fraternidad, compasión, humildad, y otros cientos de valores deberían formar la estructura de partida de nuestros jóvenes.

No pretendo hacer aquí un alegato de un tipo de vida espartano y triste. Me pregunto simplemente si estamos haciéndoles ver a nuestros hijos que su felicidad no depende de un aparatito, de tener amigos desconocidos o de poseer más elementos de marca que el resto de sus compañeros. Ahora la valía competitiva se mide en cantidades de posesiones en vez de valores realmente humanos.

Pretendemos en nuestras escuelas de artes marciales transmitir estos valores, desarrollar la conciencia real de lo cruda que va a ser la vida y lo realmente feliz que podemos llegar a ser si somos sinceros, realistas y pacientes.

Queremos todo ahora, comprar contenidos, comprar cinturones, grabar lo que dice el maestro para tenerlo en un cajón y vivir en el engaño de que poseemos ese conocimiento. Intentamos hacerles ver a nuestros alumnos que el conocimiento no se transmite en vídeo, se transmite en la repetición y la valoración constante del profesor implicado a muerte en el proceso de transformación positiva que el individuo inicia cuando comienza la práctica marcial. Ahora la palabra maestro no significa nada, es como un modelo comercial de alguien que vende algo, alguien que no debe sentirse un profesional de la vía marcial porque lo que enseña no vale más que la cuota mensual que el alumno paga para sustento de la escuela.

El verdadero aprendizaje comienza desde la ausencia del ego, desde el respeto del alumno que comprende y acepta que su inexperiencia es un grado inferior al de su maestro, por más vídeos que archive en su disco duro, la realidad de la vida es mucho más cruel que todo lo que aparece en sus ordenadores.

Resulta casi imposible revertir un proceso en el que la familia no participa. Nos estamos convirtiendo de alguna forma en estandartes anacrónicos de valores que ni los mismos padres se creen ya, quizá porque hace mucho tiempo que decidieron dejar de esforzarse por mantenerlos. Ahora los motivos para apuntar a un niño a una escuela de artes marciales van desde la autodefensa a la irracional tendencia de que los hijos expresen lo campeones que ya son, sin pararnos a pensar si verdaderamente son campeones de algo cuando no son capaces de ceder, de admirar, de ayudar, de compartir, de imaginar en positivo todo lo que la vida les va a poner por delante.

Todos, y me incluyo como padre, tenemos un reto importantísimo ante nuestras narices. Tenemos que decidir si queremos intervenir de verdad en la vida de nuestros hijos ahora, cuando realmente se están construyendo los pilares del futuro. Tenemos que aceptar el reto de pulirnos a diario como ejemplo desde el  que nuestros hijos elaboren sus aspiraciones humanas. Podemos hacerlo desde la observación directa, desde la acción de control sobre el gasto inservible que pueden llegar a hacer de sus vidas cuando están más de una hora disparando a diestro y siniestro ante la tele. No podemos permitir que sus sueños estén inundados de los ecos de estos entornos virtuales llenos de competitividad, agresividad, inactividad física, faltos de compasión y de razonamiento sobre  aquello de lo que va verdaderamente esto de sobrevivir.

Somos unos privilegiados en una sociedad privilegiada que tiene la posibilidad de unirse y de decidir sin la espada de Damocles de la guerra, el hambre o la plaga. Ahora la plaga es la falta de educación real de nuestros hijos, la falta de autoridad de sus formadores y la falta de amor por la consecución de los objetivos reales del ser humano a través del esfuerzo y de la capacidad de colaboración y apoyo de las personas. Esto es un reto que no deberíamos dejar para mañana, pero claro, lo tendremos que dejar para después del mundial de futbol, eso que no nos lo quite nadie.

0 comentarios