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Súper, supra, sobra

Súper, supra, sobra

De los múltiples prefijos latinos que utilizamos en nuestra amada lengua, pocos han generado tanto desastre como el que vamos a criticar en este post.

Vivimos los tiempos del súper todo. Viajamos en trenes súper veloces hacia un futuro incierto en el que no sabemos de qué materiales serán los muros contra los que chocaremos. La evolución es incuestionable, la mejora progresiva de las cualidades mentales y físicas del ser humano parecen estar más que demostradas, si las comparamos con los hombres de hace dos mil años. Cierto es que, refiriéndonos a periodos evolutivos, dos mil años es una cantidad de tiempo ínfima en lo que concierne a transformaciones constatables. Podemos decir, creo que sin equivocarnos demasiado, que casi todo lo que hace un hombre de hoy en día, sometido al mismo contexto desde el nacimiento y con antecedentes genéticos similares, lo podría hacer de la misma forma un señor de hace dos mil quinientos años.

Desde esta perspectiva, podríamos pensar realmente que los sabios de la antigüedad, lejos de ser viejos a los que ya no deberíamos prestar mucha atención, eran personas notables que hoy en día serían tan válidas como entonces. ¿Qué es lo que cambiaría radicalmente la ecuación? Creo que sería fundamentalmente la acumulación progresiva de conocimientos que la humanidad ha ido adquiriendo con el paso del tiempo, construyendo sus pilares científicos y tecnológicos sobre un andamiaje cada vez más alto y vertical. Esta acumulación de conocimientos y la exposición temprana a un mundo constituido de esta guisa hacen que el individuo se conforme a sí mismo en base a estas circunstancias.

Esa evolución científica, estas tecnologías acelerantes de la experiencia vital del ser humano se sustentan sobre la idea de lo súper frente a lo mini. Gracias a esto tenemos un planeta súper poblado y súper contaminado que genera una miríada de súperes diferentes a los que no está mal echarles un vistazo. Hemos pasado del mercado al supermercado para poder alimentar veloz y eficazmente a la cada vez mayor masa social, perdiendo con ello el tiempo de diálogo y convivencia real con nuestros semejantes en un ambiente menos acelerado.

No sé si todo el mundo sufre de la misma forma que yo el estrés de meter rápidamente la compra en bolsas antes de que la cajera nos diga el importe de la cuenta y el siguiente consumidor nos mire amenazante y despiadado. Estas pruebas de competición son el día a día de cualquier sitio al que vayamos.

También hemos pasado del hombre al súper hombre, dicho esto con toda la malicia posible y sin aproximarnos a la idea que Nietzsche tenía al respecto. El súper hombre actual tiene que bregar con la difícil tarea de compaginar su proceso natural de individuación con el empuje de un entorno súper acelerado con intereses que se aproximan más a la supervivencia productiva de la gran masa que a la coherencia de la evolución humana, una evolución que estaría de forma natural restringida a un número menor de seres poblando lo que queda del planeta. Nos sobrealimentamos para dar sentido a la súper producción que ha roto los límites de lo necesario para adentrarse en los límites de la acumulación sin más sentido que el de seguir llenando los bolsillos de aquellos a los que les sobra de todo.

En realidad, si nos paramos un poco a reflexionar, nos daremos cuenta enseguida que nos sobran las prisas y nos sobran tantos añadidos innecesarios para convencernos de que nuestra felicidad real radica en la posesión.

Somos súper egoístas en tiempo, espacio y vida. No nos planteamos que la vida puede tener otro final menos macabro para todos los que nos rodean. Este egoísmo desproporcionado nos sitúa en una posición muy difícil de mantener a nivel adaptativo. Es cierto que vivimos y luchamos, pero la vida es algo más que lucha cuando se imponen otros valores de orden superior. Aquí lo súper sí sería admisible, aunque en este caso no acertamos a configurar una estrategia social que nos permitan sobreponernos a la mediocridad capitalista de las que somos verdaderos esclavos sin pasado, sin presente y sin futuro.

Superar esta situación, sobreponerse a ella y establecer otros modelos de convivencia, expansión y evolución deberían ser nuestras tres primeras premisas para plantearles un futuro razonable a nuestros hijos. Ellos quizá se preguntarán en un futuro cercano ¿qué hicimos para cambiar las cosas? o ¿por qué lo ensuciamos todo tanto y, sobre todo, por qué no nos limpiamos lo suficiente como para no transmitirles también nuestra suciedad interior? Una suciedad interior fruto de la incongruencia entre nuestra naturaleza real y nuestra actividad vital. Esta incoherencia repetida en el barco de la «tradición», nos ha llevado con todos los altibajos posibles a esta orilla desecada en la que estamos conviviendo y construyendo nuestro futuro.

Comemos mal, descansamos mal, trabajamos mal, amamos mal, disfrutamos mal y soñamos mal porque llenamos nuestros sueños con todos los ecos de las prisas y los juguetes que una industria insaciable nos ofrece para garantizar las escalas injustas en las que hemos troceado el pastel de lo humano.

Pero este cambio ya está en marcha, es imparable, es constante, es consciente como nunca lo ha sido precisamente y gracias a esta fiebre súper caliente y súper rápida que hemos vivido en los últimos dos siglos. Dejamos de crecer tanto, dejamos de valorar tanto lo súper moderno, lo súper rápido y lo súper dotado. Ahora no basta una gran inteligencia reflejada en un test para demostrar una sobredotación intelectual, ahora hay que poner en práctica esos conocimientos y ser capaz de dar la vuelta a una tortilla cada vez menos pesada.

El futuro está llegando siempre y nuestro espacio de acción es este presente que no para de moverse y de movernos. Renunciar a lo súper interesante a lo mejor nos permite ver que lo que creíamos insignificantemente simple, lo cotidiano, esconde en su interior algo de tal magnitud que empequeñezca todo lo externo que nos rodea. Quizá así podamos ver que toda esta súper estructura no deja de ser una mera broma temporal con la que acabamos distrayéndonos de la vida para acabar nuestros días de una forma súper tonta.

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