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Cuentos chinos

Cuentos chinos

Vivimos en la época de lo científico. Todo aquello que no entra dentro del esquema de análisis científico carece aparentemente de rigor y, por lo tanto, de credibilidad.

En el espacio histórico de las artes marciales chinas, nos encontramos con algunos acontecimientos de difícil explicación científica. Los sutiles elementos de percepción extrasensorial que se describen en sus historias se atribuyen, en innumerables ocasiones, a falsas interpretaciones de sucesos transmitidos en el tiempo por una tradición oral o escrita poco digna de credibilidad.

La tradición china cuenta con un dilatado historial de acontecimientos novelizados que transfiguran o presentan una realidad no siempre coherente. La idea de la existencia de inmortales o personajes que pueden volar o mutar en seres de características especiales nos resulta, hoy en día, más propia de un cómic o de una película de fantasía o ciencia ficción que de un aspecto real de la historia de las artes marciales.

Sin embargo, parte de todos estos cuentos chinos o de estas historias transmitidas oralmente de generación en generación, no buscan una descripción exacta de los acontecimientos que describen. La mayoría de ellas, al igual que ocurre con nuestras habituales fábulas, revisten un simbolismo imprescindible como acercamiento a niveles de información muy sutiles que deben abordarse desde el plano de interpretación burdo en el que nos encontramos.

Este simbolismo actúa a veces como un catalizador de ideas muy profundas cuya emergencia consciente no se produce en condiciones rutinarias desmarcadas de la comunicación con la naturaleza. Es muy probable que la falta de ciencia estructurada en la antigüedad hubiese propiciado una  situación en la que los elementos sutiles que nos conectan con fuerzas imperceptibles a simple vista, no fuesen directamente descartados.

Bien es cierto que en este contexto caben todo tipo de engañabobos y farsantes que se aprovechan al máximo de la ingenuidad de sus acólitos y les extraen la vida, las ideas y el dinero para satisfacer egos y cuentas bancarias. Este tipo de personajes incrementan el descrédito de cualquier elemento fuera de ciencia y fomentan un racionalismo unilateral sesgado en su capacidad real de percibir el espectro completo de nuestro ser.

Esta fractura entre ciencia y tradición ha generado un estado distorsionado de las cosas que nos afectan hasta tal punto que estamos empezando a descartar cualquier elemento cultural que no esté de alguna forma ligado al entorno científico que lo certifique. Las denominadas materias de humanidades están en declive frente a los nuevos espacios formativos relacionados con la tecnología o el ámbito social inmediato.

El materialismo científico ha ocupado por completo cualquier posible realidad racional o irracional que nos intentemos imaginar y, por lo tanto, condicionando progresivamente nuestra capacidad de imaginar nuestro propio interior más allá de la visión transmitida por un microscopio o una resonancia magnética nuclear. Nuestro ser es un ente indiscutiblemente fragmentado en el que cualquier experiencia extrasensorial  se ha convertido en una alucinación o patología psicológica registrada en manuales médicos.

Sin embargo, es precisamente esta tendencia a la búsqueda científica de respuestas la que nos está llevando al cero absoluto del mundo subatómico, un mundo en el que nada es lo que parece y en el que las leyes que rigen nuestra concepción lógica del universo se desmontan por completo al presentarse ante nosotros como un enorme vacío en vibración. Nuestra mente en su búsqueda racional del origen del ser se encuentra con un vacío que subyace a cualquier estado de materia ordinaria y que aparece y desaparece acorde a una voluntad desconocida.

Quizá esta tendencia a meterse ahora en terrenos ilógicos  requiera que nuestros científicos vuelvan un poco la mirada hacia las antiguas tradiciones simbólicas. A partir de ahí quizá obtengan todo aquello que tenían de bueno para hacernos entender esta realidad oculta indescriptible en los parámetros lógicos y matemáticos de nuestra mente. Lo que somos es mucho más de lo que vemos; lo que podemos llegar a ser no tiene límites ni fronteras si no descartamos la evolución interior del ser humano. Este proceso debe evolucionar tanto en su yang expansivo que quiere conocer su entorno, como en su yin contractivo que invierte la dirección de la luz en un bucle que genera finalmente la experiencia existencial. Nuestra naturaleza, nuestra espiritualidad, nuestro amor real y definitivo, nos exige  detener esta carrera hacia el vacío para encontrar las notas musicales del baile de la vida.

Tenemos que aprender a disminuir el ritmo de nuestro proceso mental, redirigirlo a nuestro interior meditativo sin más reflexión que la escucha de ese ritmo interno, sin más precisión que la de dejarnos arrastrar por la corriente interior que nos lleva a nuestro destino. Necesitamos creer que existe la posibilidad de que encontremos una píldora de la inmortalidad espiritual en lo más profundo de nuestra capacidad de amar sin condiciones, y de esparcir ese sentimiento como eje fundamental de nuestra propia evolución. Quizá con ello logremos que los frutos sutiles que se reflejen sobre nosotros transformen el plomo en oro y aligeren nuestros espíritus celestes para que podamos crecer en la dirección de la luz, la única dirección posible de todo lo vivo.

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