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Confucio. Mucho más que un sabio.

Confucio. Mucho más que un sabio.

La milenaria cultura china nos ha proporcionado miles de regalos culturales que nos han llegado de la mano de misioneros, investigadores, comerciantes y soldados entre otros.

La deuda cultural que occidente tiene con esta magnifica civilización no tiene parangón.

Sin embargo, el impacto que nuestra cultura occidental ha tenido sobre este extremo oriental no ha sido tan constructivo como correspondería a lo recibido, por lo menos hasta ahora.

En la actualidad, China se va abriendo paso desde los límites de una política inicialmente restrictiva a una economía abierta de mercado en la que, esta vez sí, las influencias culturales de ambos bloques se han interrelacionado creando, a través de las relaciones comerciales y económicas, un diálogo cultural de primer orden.

De china nos han llegado las artes marciales y de china nos ha llegado una filosofía que muestra importantes paralelismos con las construcciones filosóficas de nuestros filósofos antepasados.

El lugar que entre esos filósofos ocupa Confucio en el seno de todas las etapas históricas de la china que conocemos es inmenso, tan inmenso como la rectitud y escalas a las que apuntaban sus ideas.

Confucio[1] o Kung Tse,  pertenece a una época muy conflictiva de la civilización china. Nació en el año 551 a.C. en el periodo histórico denominado «Periodo de Primavera y Otoño» (770-476 a.C.).

La situación económica, política y social de la época definió en su momento con una importancia ineludible las características con las que este gran sabio construyó el corpus de sus reflexiones filosóficas. Desde las Analectas al Meng Tse, todo su pensamiento queda registrado en los denominados 4 libros clásicos. De estos libros: Tai Ho (Ciencia superior), Chung Yung (Doctrina del equilibrio), Lun Yu (Analectas) y Meng Tse (Libro de Mencio) hay que destacar el que recoge el eje de su filosofía, el Lun Yu, en el que quedan registrados diálogos entre el maestro y sus discípulos en un interesante juego de cuestiones y situaciones que nos colocan de frente en el camino que el ser humano debería seguir en su juego social para mantenerse en el equilibrio que le corresponde al ser humano que aspira al crecimiento interior.

Ampliamente criticado por los taoístas que no llegaron a comprender bien la realidad a la que Confucio se ceñía, a veces fue víctima de las más absurdas incomprensiones y de la idealización más burda del conjunto sutil que conforma toda su filosofía.

Confucio fue ante todo uno de los más grandes sabios chinos de todos los tiempos.

Sus ideas pasaban por entender que lo que al hombre le concierne no debería ir más allá de lo que sus innatas capacidades le han concedido. Adentrarse en los territorios de la metafísica generaba en el individuo una necesidad de renuncia que no se correspondía con la realidad de las intenciones del ser humano, que depende y existe gracias a su capacidad para la socialización, para la relación con otros seres humanos con los que comparte y lucha.

Su visión de la política resulta en extremo idealizada. Parte de una premisa fundamental para la elaboración de sus teorías, la calidad humana y la capacidad del ser humano para la bondad y la elevación.

Lejos de apoyar los elementos anárquicos que surgían en otras escuelas de pensamiento igualmente afectadas por la situación política de la época, Confucio mantuvo durante toda su vida, pese al escaso reconocimiento de sus contemporáneos, la esperanza en crear un estado equilibrado gobernado por individuos capaces, leales y justos que impartiesen modelos de convivencia pacífica y organizada respetando los ritos y las costumbres como ejes fundamentales de la armonía social a la que todo su pensamiento aspiraba.



[1] Confucio resulta ser la latinización de Kongzî , cuyo significado se aproxima al de «Maestro Kong». En algunos textos antiguos aparece como Zhòng Ní. Se le reconoce el  nombre oficial de Qiu.

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